top of page

Salones Que No Se Olvidan

Salón de otoño.

Otoño, como una estación aún dinámica, donde la naturaleza muta constantemente y los días varían entre frescos y templados, es también una época para evidenciar todos los recientes trabajos artísticos realizados en el verano. Así fue visto también hace más de un siglo en los Salones de otoño de París. Los cuadros exhibidos a principio del siglo pasado concernían a jornadas veraniegas de plein air, práctica difundida a raíz de avances técnicos como la distribución de pomos de pintura que permitió que artistas pinten en exteriores.



La actual exposición teje un nexo explícito con los Salones de otoño de la historia del arte, y puntualmente al que se dio en 1905. Tal evento marcó un hito: vio conformarse el movimiento fauvista. Se trata del primer paso hacia los movimientos de vanguardia. Si bien los impresionistas fueron sumamente atacados en sus comienzos, no despertaban para esa fecha reacciones adversas en la sociedad general, en cambio, la noción de grupo consciente de los miembros que lo componen- Matisse, Derain, Vlaminck- de manifestarse desafiantemente contra el establishment del campo artístico nace con las fieras; nombre que obtendrían si la muestra se hubiese efectuado en nuestra tierra. Tal rótulo fue dado por el crítico de arte Louis Vauxcelles debido a la violencia que expresaban los fuertes colores de las obras, nada usuales para el período. Cabe destacar el foco distinguido de aquellos salones en oposición al oficial

Salón Nacional de primavera.


Si bien el Salón de otoño del presente, curado por Santiago Bengolea, con la colaboración de Sasha Minovich, no pretende ser reaccionario, termina corriéndose de lo normativo si se toma en cuenta que la mayoría de las instituciones de exhibición están cerradas por el contexto sanitario. Es cierto que medidas sustentadas en un buen fin no tienen un acompañamiento en otros sectores como shoppings o hipermercados. Entonces, haciendo uso del criterio social, decidieron hacer un salón, emplazándolo en una antigua y muy espaciosa casona de mediados del siglo XIX, la Casa Carlos. Allí muestran sus labores, Inés Bénica, Lucía Cattáneo, Cervio Martini, Javier Ferrante, Sasha Minovich, Ligeria Ozanne, Nazareno Perreyra, Nicole Snaiderman, Luka Stlkiner y Franz Vicha.


Se planteó una curaduría con criterios puntuales, el principal, que las obras no compitan con el recinto, que entablen una sinergia en la que convivan coherente y armoniosamente con la arquitectura, sus molduras, colores, algunos mobiliarios, y con el paisaje y su extensa vegetación. Así se brindan espacios y ambientes que no intervienen en la mansión preexistente, así como otro que mixtura la sensación de vivencia cotidiana con las muestras de cuadros, velas y un dispositivo lumínico de tubos led, muy exuberante. Podría entenderse como una sala de estar. Allí confluye el pasado de los muros con las inquietudes artísticas y estéticas de hoy sin percances.



Las obras, en su mayoría realizadas a partir de la cuarentena del 2020, revelan los variados intereses que nos interpelan. Javier Ferrante ubica un tríptico abstracto y textura de grandes dimensiones encima de una chimenea, los colores sintonizan con los muros, así como sucede con las piezas de Inés Bénica, aunque más pequeñas y transmisoras de una sutileza depositada en elementos simples. Se advierten también las creaciones de Cervio Martini, que abordan imágenes de libros de medicina sobre la sarna, las de Luka Stlkiner, un niño de tan solo 8 años que dibuja de modo tan contemporáneo que pueden clavarse próximas a las ya mencionadas, y los pigmentos empastados pero que evocan figuras de Franz Vicha.


En el cuarto aledaño se produjo una instalación; Lucía Cattáneo dispuso una cama, una

cómoda y veladores, sobre el lecho un ser monstruoso, aunque de material textil y blando.


Rondan en este trabajo, como en otros, las ideas del horror, del espanto o lo impactante. Es posible pensar esta búsqueda a raíz de la pandemia, desplegándose en múltiples formatos, e incluso arribando a varias estéticas. La soledad, el asco, lo repulsivo o peligroso se repite entre muchos de los artistas participantes. Comparten locación otras criaturas, esta vez bidimensionales, las de Nicole Snaiderman, pueden verse repletas de indicios mitológicos, aunque con símbolos explorados por la propia autora. Peculiar imaginario aportan a los dormitorios donde se ubican, de manera que resultan construcciones pertinentes a todo estudio antropológico.


La cocina no se aparta de la intervención curatorial. Las obras montadas, las de Sasha Minovich –con sus paisajes humanizados y sujetos empequeñecidos-, Ligeria Ozanne –que hace objetos con melancolía transmisible-, Inés Bénica y Cervio Martini realzan la habitación, contribuyen al existencialismo entre los alimentos que no se han apartado y promueven desear tener una perspectiva transpersonal similar más frecuentemente en espacios hogareños como ese. Por último, en la sala final sí se disponen los cuadros y esculturas como si se tratase de una galería.

Tiene su razón en que se montó mayor cantidad y que el visitante allí se desenvuelve acorde, finalizando y asimilando la propuesta. Se adhieren a ese cuarto los trazos cargados de impulso de Nazareno Perreyra, que culminan en entes oníricos, aunque inquietantes.


La exposición diagramada por Bengolea y Minovich es una respuesta digna para las

necesidades del arte de nuestro tiempo. Las galerías reducen su capacidad, dificultando la interacción entre los miembros del circuito, los museos en su mayoría optaron por cerrar sus puertas hasta nuevo aviso y aún no se han preparado medidas para acoger los requisitos de las visuales en las calles. Lo que sucede en Casa Carlos consta de una apertura solidaria para todo el medio cultural que agoniza en su razón de ser material y corpórea, así acota su impacto cultural a los medios digitales. Por esto, disfrutar de la posibilidad de enriquecer el ligazón profesional y social entre piezas formales y reflexivas, además del espacio exterior abundante de plantas y verdor es una oportunidad extraña para este otoño. Hilvanar las redes conectoras entre los productos de la expresión humana y las bases vinculares de las cuales se nutren los primeros en directo finalmente moviliza, impulsa y da razón de ser a Salón de otoño. Con cuidado mutuo, los fundamentos vitales de las personas se ponen en funcionamiento para

quienes gozan de lo sensible en su amplio espectro.





Comments


bottom of page